CENTRO CULTURAL SAN FRANCISCO SOLANO

25N: La violencia consentida

Amparo Mañes

analisis previo de o.buscaya

Amparo Mañes expresa que, [Cada 25N vuelve el regusto amargo de tener que conmemorar una cifra de asesinadas que no para de crecer desde que hay recuentos. De la que sabemos que no es más que la punta del iceberg de una enorme violencia sobre cientos de miles, millones de mujeres, a las que cada día se les exige que carguen solas con las responsabilidades de cuidados y domésticas, se las controla hasta la asfixia, se las machaca psicológicamente despreciándolas, insultándolas, ninguneándolas, triturando su autoestima. Se las golpea y se las viola. El final de este ciclo mortal es el asesinato, sí. Y no pocas veces, les precede el de sus hijas o hijos, convertidos en instrumento para incrementar su sufrimiento.]

Pues, la “perversa civilización patriarcal” adapta su organización sexual en todas y cada una de las etapas de su desarrollo llegando a la globalización. La sucesión de las diferentes fases evolutivas, de la “perversa civilización patriarcal”, se realiza conforme a un “programa” preestablecido en su perversión: existiendo un paralelismo y concordancia entre las fases del desarrollo de su ética, moral, religión, política, sectarismo y su perversión. La milenaria “perversa civilización patriarcal” se adapta, irreversiblemente, a la fijación perversa en proporción directa a la importancia de la misma y toda rebelión en su contra sufre una represión correlativa a la fijación de su libido, de donde depende la tendencia a los conflictos que caracteriza la historia del varón en su sometimiento a lo femenino.

 

Amparo Mañes expresa que, [Por otra parte, a muchas mujeres se las prostituye en agobiantes cuartos cerrados, en callejones oscuros, por apenas unos euros. Pero también en pisos y hoteles más o menos lujosos. También se las prostituye delante de una cámara en estudios de grabación más o menos sórdidos, para que millones y millones de hombres compensen sus miserias excitándose pornográficamente viéndolas sufrir, ser humilladas, azotadas, asfixiadas, penetradas por todos sus agujeros corporales… y no por uno, sino mejor, por varios hombres a la vez. Enseñando a niños y adolescentes quién manda en el sexo Y EN TODO, mostrándoles lo que las mujeres merecen y deben esperar de ellos: nada más que violencia, desprecio y humillación. Al tiempo que, a las adolescentes y las mujeres se las adiestra para que acepten toda esa violencia que reciben como si fuera lo natural, como si nada más pudieran esperar ni exigir de los varones. Como si fuera aceptable lo inaceptable. Como si pudiera caber el consentimiento.]

Pues, este desarrollo, es en el fondo, legado y repetición de la trayectoria evolutiva que la humanidad, del varón, entera ha recorrido a partir de sus orígenes y a través de un largo espacio del tiempo. Este origen del desarrollo perverso es fácilmente reconocible en la “evolución” y “cultura” patriarcal, no obstante encubrirla con su ética y moral en sus particularidades que, en el fondo, son heredadas resultando adquiridas de nuevo en el curso del desarrollo individual de las condiciones impuestas anteriormente, adquiriendo la particularidad donde persiste y continúa ejerciendo su acción sobre todos los varones sucesivos, el horror a la castración y el sometimiento de lo femenino mutilado. Esas condiciones que primitivamente fueron creadoras, se convierten en evocadoras ante las nuevas generaciones y la marcha de este desarrollo predeterminado no quedará perturbada y modificada en cada varón por influencias exteriores recientes, que hipócritamente se pretende resolver con pronunciamientos y leyes a “favor” de lo femenino. Lo que sí es evidente, desde luego, es la fuerza que ha impuesto la humanidad del varón en este desarrollo perverso y cuya acción continúa ejerciéndose en la misma dirección.

 

Amparo Mañes expresa que, [Pero ahora asistimos con perplejidad al más reciente ejercicio de dominio patriarcal: decirnos a las mujeres que no somos quienes para identificarnos como grupo. Que ese poder les pertenece también a ellos. Que los hombres pueden ser mujeres y, no solo eso, que lo importante del grupo de las mujeres son los hombres que lo habiten, que su “derecho” a ser mujeres es prioritario frente a cualquiera de los nuestros. Que su discriminación es mucho peor que nuestra opresión. Que, para no ofenderles, debemos negarnos y borrarnos. Porque nos dicen que “las mujeres trans son mujeres”, pero las mujeres, no: Las oprimidas y despreciadas mujeres somos gestantes, procreadoras, cismujeres… pero no mujeres.]

Pues, podemos observar que la tendencia perversa y la auto-conservación del patriarcado, irreversible ambiguo sexual, se fundamentan en el horror a la castración y en la realidad de la mujer – objeto – castrado, y todo lo que con esta se relaciona le hace más fácil el “juego” de la educación transexual y aprender tempranamente, el varón, a plegarse a la necesidad y a conformar su desarrollo a las indicaciones de la realidad de la mujer –objeto – castrada, cosa concebible, dado que no pueden procurarse de otro modo a lo femenino como objetos que precisan y sin los que el patriarcado corre peligro de perecer como “civilización”.

El sentido y la verdad del feminismo (la mujer) es absolutamente la derrota del varón; perverso irresoluble y ambiguo sexual.

Buenos Aires

Argentina

26 de noviembre de 2024

Osvaldo V. Buscaya (1939/2024)

OBya

Psicoanalítico (Freud)

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25N: La violencia consentida

Amparo Mañes

Psicóloga por la Universitat de València. Feminista. Agenda del Feminismo: Abolición del género

24 de noviembre de 2024

Cada 25N vuelve el regusto amargo de tener que conmemorar una cifra de asesinadas que no para de crecer desde que hay recuentos. De la que sabemos que no es más que la punta del iceberg de una enorme violencia sobre cientos de miles, millones de mujeres, a las que cada día se les exige que carguen solas con las responsabilidades de cuidados y domésticas, se las controla hasta la asfixia, se las machaca psicológicamente despreciándolas, insultándolas, ninguneándolas, triturando su autoestima. Se las golpea y se las viola. El final de este ciclo mortal es el asesinato, sí. Y no pocas veces, les precede el de sus hijas o hijos, convertidos en instrumento para incrementar su sufrimiento.

Pero los asesinatos de mujeres o de sus hijas e hijos apenas estremecen. Quizá a su entorno más cercano, pero nada más. El tuit político de rigor, el minuto de silencio, el luto municipal… y a otra cosa. El goteo es lo que tiene. Que te acostumbras y ya casi dejas de oírlo. Y si no se “oyen” los asesinatos, ¿por qué nos va a conmover el maltrato?

Quizá una sociedad más civilizada, al menos, podría pagar con su desprecio a los varones maltratadores y asesinos. Pero lo cierto es que, en realidad, lo que queda es el desprecio hacia esas mujeres: por ser “débiles”, por no hacerse respetar, por no saber manejar la situación, por ser incapaces de parar la violencia, por no separarse del agresor. No importa que, para entonces, esas mujeres machacadas crean que no tienen dónde ir, ni cómo hacerlo, ni a quién acudir. La sociedad prepara a las mujeres para ser víctimas y cuando están heridas casi de muerte, se les echa en cara que no se defiendan. Aunque tampoco importa mucho que lo intenten, porque si toman la decisión de separarse de su maltratador, lo único que conseguirían es que se incremente sustancialmente el peligro de ser asesinadas ante la pasividad -a veces la complicidad- de las instituciones obligadas a protegerla.

No es casual esta reacción de desprecio tan paradójica en la que el asesino o violento sale de la ecuación -incluso era un buen vecino- y se pone el acento en su víctima. Y es que ese desprecio es funcional al sistema: la víctima no solo recibe la violencia, sino que se avergüenza de ella. Y lo último que quiere es ser, además, despreciada, así es que calla, así es que “consiente”.

Por otra parte, a muchas mujeres se las prostituye en agobiantes cuartos cerrados, en callejones oscuros, por apenas unos euros. Pero también en pisos y hoteles más o menos lujosos. También se las prostituye delante de una cámara en estudios de grabación más o menos sórdidos, para que millones y millones de hombres compensen sus miserias excitándose pornográficamente viéndolas sufrir, ser humilladas, azotadas, asfixiadas, penetradas por todos sus agujeros corporales… y no por uno, sino mejor, por varios hombres a la vez. Enseñando a niños y adolescentes quién manda en el sexo Y EN TODO, mostrándoles lo que las mujeres merecen y deben esperar de ellos: nada más que violencia, desprecio y humillación. Al tiempo que, a las adolescentes y las mujeres se las adiestra para que acepten toda esa violencia que reciben como si fuera lo natural, como si nada más pudieran esperar ni exigir de los varones. Como si fuera aceptable lo inaceptable. Como si pudiera caber el consentimiento.

La cantera de la que se extrae a las mujeres prostituidas, sea en la intimidad o bajo los focos, es la pobreza, el engaño y/o el abuso sexual previo. Esa es la auténtica llave de su consentimiento. Podría pensarse que son mujeres que lo que hubieran necesitado es salir de la pobreza, recibir apoyo social, o que hubieran podido denunciar a sus asquerosos violadores pederastas para que la justicia les castigara con la contundencia que su crimen merece. Pero la solución que la sociedad es capaz de ofrecerles es la violencia y la violación de pago: en lugar de ponerles pan, les ofrecen poner un pene en su boca, abofetearlas, escupirlas, humillarlas.

Eso sí, para tranquilizar conciencias, los progres posmodernos le llaman trabajo libremente elegido. Saben de sobra, que, como los trabajos miserables, no son libremente elegidos. Y saben de sobra que ni es trabajo ni es digno. Y no me refiero a la dignidad de las mujeres que claro que la tienen, especialmente porque todas querrían poder salir de esa salvaje explotación. Me refiero a la indignidad de los puteros y los proxenetas.

Pues bien, cuando pensábamos que todo lo que puede explotarse sexual y reproductivamente de una mujer estaba ya inventado, descubrimos, gracias a una tecnología siempre al servicio de los varones, que también pueden comercializarse nuestras capacidades reproductivas. Y convertir en cierto lo que siempre ha creído, pero sobre todo querido, el grupo de los varones: Que el sagrado derecho de paternidad, si quieren ejercerlo, les autoriza también a trocear a las mujeres, a ellas sí, para cosificarlas como “donantes” de óvulos o como “altruistas personas de alquiler”.

En lo que se refiere a las vendedoras (que no donantes) de óvulos, se busca a chicas jóvenes y de adecuadas cualidades físicas y psíquicas, pero pobres. Pero de una pobreza “fabricada” en el primer mundo. Un mundo en el que, si no tienes dinero para comprar el móvil de última generación, eres una pringada. O chicas a las que un derrotado estado del bienestar les obliga a pagar el alquiler de la vivienda, o la matrícula de la universidad por este medio. No busquen demasiada investigación sobre los efectos dañinos de esa técnica a corto, medio y largo plazo. Los escasos estudios que sí se han realizado, muestran que estos efectos ni son pequeños ni exentos de peligro para la fertilidad y, en algunos casos, para la vida de esas chicas ¿Qué importa? De todas ellas se dirá que consintieron.

A las “altruistas personas de alquiler”, se las busca -en cambio y, sobre todo- en el tercer mundo. Porque poco importa qué mujer, convertida en incubadora humana, albergue ese semen, ni cuanta miseria le haya llevado a consentir un embarazo para otros. Basta con que los buitres reproductivos organicen el negocio y exploten la miseria de esas mujeres en algunos de esos países. Y cuando un Estado ya no puede seguir negando o ignorando la vergüenza de que sus mujeres deban someterse a esa infame explotación reproductiva y la prohíben, no pasa nada. Siempre hay nuevos países donde buscar cantera y montar un nuevo chiringuito. Las criaturas así gestadas son arrancadas del seno materno para convertirse en objetos de una macabra compra-venta porque nacen de una maternidad troceada, fruto de un sucio negocio, y con padres de los que nadie se ha preocupado por su idoneidad (nadie que compre seres humanos debería ser padre o madre idóneo), ni de otros fines delictivos que pudiera tener la compra.

El punto en común de todas esas violencias es que dejan un inmenso dolor en un grupo humano y solo en uno, de los únicos dos que integran la humanidad: en el de las mujeres, por el hecho, al parecer delictivo, de haber nacido mujeres.

Pero ahora asistimos con perplejidad al más reciente ejercicio de dominio patriarcal: decirnos a las mujeres que no somos quienes para identificarnos como grupo. Que ese poder les pertenece también a ellos. Que los hombres pueden ser mujeres y, no solo eso, que lo importante del grupo de las mujeres son los hombres que lo habiten, que su “derecho” a ser mujeres es prioritario frente a cualquiera de los nuestros. Que su discriminación es mucho peor que nuestra opresión. Que, para no ofenderles, debemos negarnos y borrarnos. Porque nos dicen que “las mujeres trans son mujeres”, pero las mujeres, no: Las oprimidas y despreciadas mujeres somos gestantes, procreadoras, cismujeres… pero no mujeres.

Esa es la más reciente violencia patriarcal. Y como en las demás violencias masculinas, se reclama de las mujeres que la aceptemos diciendo que sí, que tienen toda la razón “como siempre”. Que los varones pueden ser mujeres con solo desearlo, incluso las más auténticas, las mejores (“la mejor mujer, un varón). O, al menos, que nos callemos, que guardemos silencio, que no podamos decir que no. En una palabra, nos piden que consintamos esta nueva realidad patriarcal.

Decía antes que las violencias relatadas en este artículo tenían un punto en común: que nos son infligidas por los varones debido a nuestro sexo. Pero ¿saben? hay otro punto en común en las relaciones entre varones y mujeres: Que, cuando se habla de consentimiento, se habla de las mujeres. Porque los hombres no consienten, proponen, cuando no ordenan.

Pues va a ser que no. El 25N hay que dejar muy claro que no consentimos ninguna de las violencias patriarcales que se ejercen contra nosotras, las mujeres. Las sufrimos, las rechazamos y las denunciamos en nombre de las que no pueden correr el riesgo o de hacerlo, o ya ni siquiera pueden por haber sido asesinadas. Por eso nos veremos en las calles las desobedientes, las despiertas de verdad, no las falsas “woke” adoctrinadas. Las que no nos callamos, las que decimos NO. Las que estamos hartas de sentir vergüenza por una violencia que no es nuestra ¡Qué la vergüenza cambie de bando! (gracias, Gisèle Pélicot). LAS QUE ESTAMOS HARTAS DEL CONSENTIMIENTO PARA JUSTIFICAR LA VIOLENCIA DE LOS VARONES.

Por todas estas razones y tantas otras que no cabrían en ningún artículo, este 25N, en el que nos siguen asesinando física y simbólicamente, os necesitamos a todas. ¡Despertad, mujeres! Nos vemos en las calles porque, juntas, haremos historia.

Valencia, 24 de noviembre de 2024